La metáfora del iceberg: la importancia del síntoma en los procesos de terapia.

La metáfora del iceberg: la importancia del síntoma en los procesos de terapia.

Iniciar un proceso de terapia no es una tarea sencilla. Cuando logramos dar el paso y descolgamos el teléfono para pedir una cita en la clínica que nos han recomendado o que hemos encontrado navegando por Google, normalmente hay un síntoma que nos atenaza. A veces, no sabemos ponerle nombre, pero sí somos conscientes de que algo no anda bien: nuestras relaciones con los demás, un miedo paralizante que nos impide funcionar con normalidad o una apatía creciente que hace que no tengamos la misma motivación que antaño. En otras ocasiones, identificamos el malestar y lo nombramos. La ansiedad, la depresión o las adicciones son solo algunos ejemplos de síntomas que nos pueden acompañar. Queremos eliminar esos síntomas, queremos que se vayan y recuperar nuestra calidad de vida. Y, con ese objetivo, llegamos a la primera sesión de terapia.

Esta pretensión tiene mucho sentido a priori, ya que hemos aprendido de las enfermedades físicas, y al igual que eliminamos un dolor muscular o una bacteria, queremos hacer lo mismo con nuestro malestar emocional. Sin embargo, paradójicamente, cuanto más tratamos de luchar contra nuestros síntomas psicológicos, más grandes y molestos se hacen. Esto se debe a que los síntomas tienen una función y un sentido, actúan como alarmas de que algo no va bien, o suponen conductas que hemos ido aprendiendo y reforzando a lo largo de los años. Si las ignoramos o intentamos que se vayan, nuestro organismo intentará hacernos llegar ese mensaje que nos quiere transmitir aumentando la intensidad o empleando otra vía. Además, en muchos casos la frustración es aún mayor cuando no entendemos el porqué de nuestros síntomas. ¿Por qué tengo ansiedad si todo me va bien? ¿Por qué no soy capaz de disfrutar de mis amigos como antes? La falta de comprensión nos genera más malestar que se suma al que ya experimentábamos previamente, entrando así en un círculo vicioso del que nos cuesta salir.

Para entendernos, si utilizamos la metáfora de un iceberg, los síntomas estarían en la superficie, en la parte visible. Serían lo que percibimos tanto nosotros como los demás. En la parte sumergida, la parte que no queda expuesta, nos encontramos con nuestra historia de vida, nuestras experiencias, nuestros traumas y heridas, nuestros patrones de crianza, creencias y expectativas que se han ido enraizando. A lo largo de nuestro ciclo vital hemos experimentado distintas situaciones que nos han hecho llegar a ser quienes somos hoy en día. Básicamente, esta metáfora nos sirve para entender que detenernos únicamente en las manifestaciones externas o visibles del malestar puede no ser suficiente para garantizar la mejoría. Otra  metáfora podría ser la rueda de un coche que se pincha. Podemos poner un parche, pero sabemos que será una solución temporal hasta que tengamos que hacer una reparación más profunda y duradera en la rueda, o volverá a pincharse de nuevo.

Por ejemplo, una persona que sufre ansiedad social puede ver solo la taquicardia o la incomodidad que siente al interactuar con otros. Sin embargo, bajo la superficie, pueden existir experiencias pasadas de rechazo o acoso, creencias negativas sobre sí misma, expectativas poco realistas sobre cómo deben ser las interacciones sociales y un patrón de conducta evitativo como respuesta al malestar. En este caso, por tanto, aunque sería conveniente dotar a esta persona de técnicas para afrontar mejor las situaciones sociales (como la relajación, la reestructuración cognitiva o la exposición), también sería ideal poder entender cómo ha llegado a forjarse este síntoma para que pueda reaprender patrones de conducta más sanos.

En un proceso de terapia buscaremos herramientas que sean útiles para manejar mejor aquello que te hace daño. A esta parte la llamamos abordaje sintomático. Pero, además, trataremos de redirigir la mirada y sumergirnos juntos en las profundidades para entender qué está pasando y reaprender una forma más saludable de estar en el mundo. Este enfoque, el abordaje de historia de vida, no solo alivia los síntomas, sino que también promueve un bienestar emocional más profundo y duradero.

Si entendemos nuestra historia, es más probable que no cometamos los mismos errores, que dejemos de tropezar con la misma piedra y que podamos romper con todos aquellos patrones que nos hacen daño. Comprendernos a nosotros mismos de forma compasiva supone un paso fundamental en el trabajo terapéutico.

Por todo ello, queremos animarte a navegar a nuestro lado por tu historia. Queremos que puedas comprender por qué y para qué te ocurre lo que te hace duele, y hacer modificaciones que tengan un impacto significativo en tu calidad de vida, y podemos garantizarte que transitaremos este camino a tu lado desde el respeto y el cuidado, priorizando ante todo que te sientas en un espacio seguro. Queremos que puedas aprender a escuchar lo que tu cuerpo tiene que decirte, que te des permiso para dejar de luchar contra tus propias sensaciones y logres encontrar el ansiado equilibrio. El iceberg de tu vida tiene mucho que contarnos.

Escrito por: Beatriz Fernández Fernández

No Comments

Post A Comment