
21 May La educación emocional que nunca nos enseñaron.
¿Alguna vez te has preguntado por qué las preocupaciones se manifiestan con síntomas en tu cuerpo? ¿Te has descubierto tratando de ocultar o eliminar alguna emoción negativa? ¿Te cuesta comprender el motivo por el que te encuentras mal? Si has respondido “sí” a alguna de estas preguntas o simplemente tienes curiosidad por entender el funcionamiento emocional de los seres humanos, sigue leyendo.
¿Qué son las emociones? ¿Cuál es su función?
Según la RAE, una emoción es una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada generalmente de una reacción corporal. Lo cierto es que las emociones son mucho más: cumplen una función vital para la supervivencia humana, actuando como sensores del entorno en el que nos encontramos y permitiendo que podamos actuar en consecuencia para protegernos. La tristeza nos indica la carencia de algo importante, la ira nos ayuda a poner límites y el miedo nos prepara para actuar ante un peligro. Incluso cuando el miedo se sobredimensiona y aparece la temida ansiedad, nos invita a reconocer nuestra historia y nuestras heridas para entenderla.
La emoción, la razón y la falta de educación emocional
Las emociones no están ahí para complicarnos la vida (¡todo lo contrario!), pero vivimos en una sociedad que no solo no nos ayuda a identificarlas y gestionarlas, sino que nos enseña a temer aquellas emociones que etiquetamos como negativas (la tristeza, el miedo, la ira…). Nos enfrentamos a un gran desafío: la falta de educación emocional: sabemos leer, atarnos los cordones y montar en bicicleta, pero no sabemos qué hacer cuando una emoción nos desborda. Esta carencia refleja una cultura que ha priorizado lo racional sobre lo emocional, especialmente desde la Ilustración. Se han entendido como aspectos separados, como dos caras de una moneda que no se tocan, pero no lo son. Pensamos y sentimos todo el tiempo, y lo uno afecta a lo otro. Aprender a convivir con nuestras emociones debería ser tan importante como aprender a pensar. Marsha Linehan describe la Mente Sabia como una habilidad que nos permite vivir con un equilibrio de emoción y razón, deseable para estar en el mundo de forma más sana y verlo más claro.
¿Por qué reprimimos nuestras emociones? ¿Qué consecuencias tiene?
Seguro que has escuchado frases del tipo: “venga, ya está bien, por eso no se llora”, “no estés mal” o “no te enfades, si es una tontería”. Aprendemos que llorar es cosa de débiles, que el miedo corresponde a los cobardes y que el enfado invalida nuestra posición. Como resultado, muchas personas intentan silenciar lo que sienten a toda costa, llegando incluso a empeorar su relación con ellas mismas y enjuiciando sus estados internos: “quiero dejar de estar mal”, “no sé por qué siento esto”, “los demás parecen felices y yo estoy fatal”. Esta lucha contra lo que sentimos no es efectiva, nuestro cuerpo nos ha demostrado en múltiples ocasiones que no podemos eliminar emociones a demanda.
Gonzalo Hervás define la ley de los vasos comunicantes emocionales, y nos dice que “si se intenta ocultar o bloquear alguno de los componentes emocionales (subjetivo, fisiológico o motor), los otros componentes multiplican su intensidad.” Silenciar las emociones no es una solución válida. Es como desconectar la alarma de incendios para que deje de sonar. Eliminaremos el ruido, pero el fuego sigue ahí. Por tanto, reprimir lo que sentimos no hace que desaparezca, solo lo empuja hacia adentro, donde puede acabar manifestándose de otras formas. Puede aparecer malestar físico, como problemas digestivos, insomnio, dolores, y en casos más graves, enfermedades asociadas al estrés, como algunas autoinmunes; también pueden aparecer otras emociones secundarias (como la ansiedad generalizada), dificultades en nuestras relaciones personales o conductas dañinas, como consumo de sustancias. Las emociones no desaparecen porque las ignoremos. Solo se transforman, y muchas veces lo hacen en formas que nos afectan mucho más de lo que imaginamos.
Las emociones como sensores del entorno
¿Alguna vez te has preguntado qué ocurriría si en vez de verlas como un problema, empezamos a entenderlas como lo que realmente son? Sensores, señales de alarma, brújulas que nos orientan cuando algo no va bien. La educación emocional no supone aprender a controlar lo que sentimos, dejar de sentir, o perseguir un supuesto estado de felicidad permanente, sino que nos mueve a comprender la función de lo que nos pasa, cómo manejarlo de forma sana, y cómo actuar de manera acorde al mensaje de la emoción.
No se trata de no tener miedo, sino de saber qué hacer con ese miedo. No se trata de no sentir tristeza, sino de reconocer cuándo nos está hablando de una pérdida que aún no hemos procesado.
La terapia como espacio seguro para la educación emocional
La educación y la regulación emocional pueden comenzar en cualquier momento de la vida, y la terapia nos ofrece un lugar seguro para iniciarnos en estos procesos. Es un espacio que nos ayuda a validar lo que sentimos, a darle sentido, y a encontrar formas más saludables de expresarlo y gestionarlo.

Cuando algunas personas llegan a terapia, saben explicar con total claridad lo que piensan, pero les cuesta mucho definir lo que sienten. Hablan de “bloqueo”, “sensación de vacío”, “nudo en la garganta” o vienen con muchos síntomas corporales. También están aquellos que se sienten desbordados por sus emociones, tanto, que no son capaces de salir del bucle. Poco a poco, con el trabajo terapéutico, esas sensaciones se traducen en emociones a las que podemos ponerles nombre, y cuando podemos nombrar algo, podemos explorarlo, entenderlo y transformarlo. Podemos aprender a convivir con nuestras emociones, incluso con las más incómodas, a escucharlas sin miedo y a decidir conscientemente qué hacer con lo que nos cuentan.
Nuestras emociones no son el enemigo. Son señales que nos invitan a parar, a observarnos y a cuidar de nosotros mismos. Cuanto antes empecemos a escucharlas, más fácil será vivir con coherencia y bienestar, cuidándonos como merecemos.
Si crees que ha llegado tu momento, estamos aquí para ayudarte.
Escrito por Beatriz Fernández.
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